En
conmemoración del único decreto emitido por el presidente
Venustiano Carranza –mediante el cual creó, el 27 de
noviembre de 1917, el Parque Nacional del Desierto de los
Leones-, hoy estamos festejando el Día Nacional de la
Conservación. En la publicidad oficial de esta efeméride se
resalta que son “100 años de conservación en México”, lo que
me parece inexacto y que no hace justicia a uno de los
personajes más importantes y comprometidos de nuestra
historia en materia de conservación de la naturaleza: don
Miguel Ángel de Quevedo (1859-1946).
Sus estudios de ingeniería hidráulica en Francia le dieron
claridad sobre el estrecho vínculo entre los bosques y el
ciclo del agua, lo que le llevó a trabajar por la
conservación de los recursos naturales en México a lo largo
del Porfiriato y durante un destacado período de la época
post-revolucionaria. Uno de los primeros proyectos en los
que participó Miguel Ángel de Quevedo, fue en la
construcción de las grandes obras de desagüe del Valle de
México: el Gran Canal y un túnel que sacaría el agua de los
lagos que rodeaban a la ciudad (ambos proyectos terminados
en el año 1900).
Desde entonces, el joven ingeniero hidráulico señalaba como
una importante causa de las frecuentes inundaciones de la
Ciudad de México, a la descontrolada deforestación de las
montañas circundantes del valle. Citando las observaciones
hechas durante el siglo XIX por Humboldt, por José Antonio
Alzate y Ramírez y por Juan de Torquemada, Miguel Ángel de
Quevedo sostenía que no sólo era necesario conservar los
bosques, sino también procurar no desecar por completo los
lagos.
Pero, a pesar de la advertencia de Quevedo de que la
extracción excesiva del agua de los lagos podría traer
consecuencias nefastas para el equilibrio ecológico y la
salud de los habitantes de la Ciudad de México, en el año de
1920 el proyecto de desagüe había drenado ya más de 900
kilómetros cuadrados del lecho lacustre. Como consecuencia
de esto, se registró una mayor presencia de tormentas de
polvo, la desaparición de diversos tipos de aves acuáticas y
una acelerada erosión del suelo en distintas zonas del Valle
de México.
En 1889, el “apóstol del árbol” –como se le conoce a Miguel
Ángel de Quevedo- presenció cómo descendían de las
deforestadas montañas del oeste de la Ciudad de México
incontrolables torrentes de agua que, sin que nada les
detuviera, arrasaban con las obras del ferrocarril, con
pobres viviendas y hasta con el ganado. Con el paso de los
años, Quevedo acopió –a través de la Junta Central de
Bosques- información de todo el país sobre la composición
por especies y tamaño de bosques, climatología e hidrología
de las regiones, así como del uso que se hacía de los
productos forestales.
En el año de 1907, con el apoyo de José Yves Limantour,
Secretario de Hacienda, Miguel Ángel de Quevedo obtuvo el
apoyo del presidente Porfirio Díaz para la creación y
ampliación de los Viveros de Coyoacán, donde se producían
cedros, pinos, eucaliptos, acacias y tamariscos –entre otras
variedades de árboles-, que fueron plantados en los
desecados lechos de los lagos y en los cerros deforestados
del Valle.
Los esfuerzos de Quevedo para hacer de la conservación de
los bosques nacionales una prioridad del Estado y, sobre
todo, un mandato legal para los gobiernos, se vieron
coronados con la redacción del artículo 27 de la
Constitución Política de 1917, que a la letra dice:
"La nación siempre tendrá el derecho de imponer sobre
la propiedad privada, las reglas que dicte el interés
público y de reglamentar el uso de los elementos
naturales, susceptibles de apropiación de modo de
distribuir equitativamente la riqueza pública y
salvaguardar su conservación."
Así que, si bien hoy se cumplen 100 años de la creación del
Desierto de los Leones (espacio que, por cierto, el
usurpador Victoriano Huerta quería volver asiento de casinos
al estilo Montecarlo), debemos reconocer que los esfuerzos
por la conservación de nuestra riqueza natural se remontan
más allá y cuentan con personajes tan entrañables como
insuficientemente reconocidos, como don Miguel Ángel de
Quevedo. ▄
Ver también:
"La Tierra del
Cenzontle"; Francisco Calderón Córdova, IMER,
2010.